Autor: Jorge Enrique Mújica
El caso de la periodista alemana Eva Herman lleva a reflexionar sobre la relación entre familia, trabajo y felicidad
Éxito profesional y realización personal: no es lo mismo
Éxito profesional y realización personal: no es lo mismo
Se llama Eva Herman y fue una de las más afamadas periodistas de la televisión alemana. Progre perfecta en su juventud, renunció a una familia para poder llevar adelante su profesión.
Hoy es portavoz de un vigoroso movimiento europeo que reivindica la maternidad. Hace algunas semanas ofreció una entrevista al diario barcelonés La Vanguardia (cf. 2 de abril de 2008) y en ella puso de manifiesto la instrumentalización del feminismo como medio de explotación de la mujer que las hace menos ellas.
Las respuestas dan pie a unas cuantas reflexiones sobre este mismo tema cuyas consecuencias (madres que lo son a edades avanzadas, mujeres que renuncian a la maternidad so pretexto del trabajo y el éxito, familias desunidas, niños que no conviven con sus padres, madres solteras, etc.) son perceptibles y acusan un adecuado y claro trato.
¿Se puede ser madre y profesional?
Posiblemente uno de los dilemas con el que se encuentra la mujer profesional con mayor frecuencia, es el de ejercer su carrera o echarla en saco roto. Desde un inicio se enfatiza todo el tiempo, esfuerzo y dinero invertido en los estudios, como fijando desde un comienzo que sólo se puede seguir una de las dos posibilidades y haciendo aparecer en desventaja a la maternidad.
Eva Herman destaca en una de sus respuestas este afán por parte de los empleadores, de algunas feministas y del integrismo de izquierda, al “intentar convencernos de que nos hacen un gran favor al librarnos de las servidumbres del hogar”.
Y en otro lugar declara: “Me di cuenta demasiado tarde de la estafa capitalista y progre del sistema. Durante 25 años quise ser la mejor: fui presentadora de televisión y a los 38 años, casi fuera de tiempo, por fin me decidí a tener un hijo. ¡Cuánto me arrepiento de no haberme dedicado más al hogar y a los hijos que pude tener!”
Una explotación sutil
Muchas mujeres, sobre todo las más jóvenes, que están a la caza del éxito y de la fama, no perciben el yugo al que quedan sometidas cuando aceptan renunciar a lo que es parte de su propia naturaleza, de sus propios dones, a su femineidad.
Contrariamente a la imagen chusca, errónea y caricaturesca de una madre reducida a poco más que esclava familiar, son pocas las que han logrado percibir la belleza del ejercer como tales y la explotación que de ellas hacen quienes las privan del don invaluable de la maternidad dentro de la única familia posible entre varón y hembra.
Ofreciéndoles salarios aparentemente buenos, mientras son jóvenes, y cegadas ya por el dinero, ya por la buena posición momentánea, dejan de lado el pensar en los hijos, en un compromiso matrimonial: en clave de responsabilidad.
No sin razón, Eva apuntó: “mi madre sólo se dedicó a sus hijos y nosotros la cuidamos hasta el fin. ¿Quién dará cariño en su vejez a la mujer que lo da todo por la empresa? ¿Cree que su empresario irá a verla al asilo?”.
La belleza de la maternidad en el momento adecuado
Es verdad que muchas mujeres no renuncian abiertamente a la maternidad y todo lo que ella implica (obviamente colocamos la maternidad dentro del marco familiar donde se demuestra auténticamente esa belleza).
Las más de las veces sólo es “postergar” a un mejor momento. Pero, ¿cuál es ese mejor momento? Eva Herman recuerda que tener hijos después de cierta edad es forzar la evolución natural de los vínculos afectivos: violar la naturaleza con métodos artificiales y castigar a los niños a tener padres con edades inadecuados.
“¿Por qué forzar la naturaleza? ¿Por qué no tener hijos cuando el cuerpo está preparado? ¿Sólo a cambio de quemarnos en un trabajo que sólo hará ricos a los empresarios? ¿Qué agradecerá más nuestro hijo, la carrera de mamá o tener más salud por haber sido parido a la edad adecuada?”, dice Eva.
La femineidad designa la capacidad humana de vivir para el otro y gracias al otro. Ciertamente las políticas actuales favorecen muy poco una valoración adecuada de los dones propios de la mujer, más concretamente de la belleza que entraña ser madre. Se está olvidando que si el mundo quiere ser verdaderamente un hogar común de paz debe ayudar a quien a su vez ayudará a lograr ese objetivo.
Por ello es necesario ponderar el trabajo desarrollado por la mujer en la familia e incluso buscar iniciativas de ley que protejan y remuneren a aquellas que han elegido libremente dedicar la totalidad de su tiempo al trabajo doméstico sin ser estigmatizadas socialmente.
La mujer trabajadora también merece horarios adecuados que no la hagan sentirse obligada a elegir entre familia y vida profesional. Se debe lograr que la madre pueda dedicarse, si lo desea, tanto al trabajo como al cuidado de los hijos.
Cuanto Eva Herman respondió a la entrevista de La Vanguardia, no es una opinión más. Como ella misma dijo, su opinión está basada en la Biblia porque además de estar escrito en ese libro sagrado, también lo está en la biología y, por lo tanto, en la naturaleza de todas las mujeres. La experiencia de Eva, y su valentía para referir cuanto ha expresado, son de ayuda y orientación para muchas mujeres que buscan luz en medio de una sociedad que les incita a no ser ellas mismas.
jueves, 26 de agosto de 2010
La importancia del padre en la autoridad y la dignidad personal
Autor: Nicolás Schwizer | Fuente: almas
La renovación de la familia exige la reconquista de nuestra paternidad
La importancia del padre en la autoridad y la dignidad personal
La importancia del padre en la autoridad y la dignidad personal
La importancia del padre en la autoridad y la dignidad personal
1. La autoridad. El vínculo a Dios es, el más importante. Pero el camino hacia Dios pasa por una sana vinculación a los padres. A través de ellos, el niño se forjará su vivencia e imagen fundamental de la autoridad.
Si la vivencia es positiva, entenderá la autoridad como poder de amor y de servicio, protector y estimulante del propio crecimiento. A través de una vivencia negativa de los padres, verá la autoridad como poder opresor, injusto, violento y temible. La primera experiencia condiciona la futura relación a toda autoridad: Dios, sacerdotes, profesores, jefes de trabajo o de la política.
2. La dignidad personal. De esta experiencia de la autoridad de los propios padres depende otra, sumamente importante: la experiencia de la propia dignidad personal.
Esta condiciona de modo profundo la seguridad existencial, la capacidad de amar y la creatividad de la persona. Quien no se sienta digno y valioso, será un eterno inseguro frente a la vida, un acomplejado, incapaz de aceptarse y amarse a sí mismo. Tampoco será capaz de amar a los demás. Porque no podrá reconocer serenamente los valores de los otros, sin ver en ellos rivales que despiertan su envidia, que lo ponen a la defensiva o que busca destruir para afirmarse a costa de ellos. Todos conocemos a personas de este tipo, con quienes es difícil o imposible convivir. Inseguros, tampoco se animarán a desplegar sus talentos personales, retrocederán ante los obstáculos, no asumirán con gusto las tareas que tengan por delante.
3. Nuestra tarea de padres. Una conciencia sana de la propia dignidad surge de un solo modo: sintiéndose amado, especialmente por los propios papás.
Nuestra gran tarea de padres es dar este amor a nuestros hijos, a través de hechos concretos:
Dedicándoles tiempo para hablar y jugar con ellos, prefiriendo escucharlos a ellos antes que al televisor, acariciándolos, preocupándonos por sus necesidades y anhelos, etc.
Con esto les decimos: Ustedes valen, son para nosotros lo más precioso que tenemos, mucho más que las cosas y el dinero. Tienen una dignidad única: son personas y son nuestros hijos. Y ellos lo van a creer, porque lo sienten en cada momento. Se van a sentir de verdad personas (y no cosas) y van a atreverse a mirar la vida sin miedo. Podrán, a lo largo de su vida, vivir una sana vinculación con ellos mismos, con el prójimo y con el trabajo.
4. El padre. Todo esto que suena tan hermoso es muy difícil de realizar. El problema afecta, sobre todo, al padre. Porque la madre posee mucho más sentido para la relación personal. Su unión física de nueve meses con el hijo, se traduce normalmente después en una vinculación afectiva profunda. El padre, en cambio, se identifica mucho más con los valores funcionales e impersonales del mundo del trabajo.
Le gustan el cambio, la velocidad, la eficacia. Le cuestan el diálogo personal, el cultivo lento y paciente de un vínculo de amor. En el hogar es, generalmente, más distante que la madre.
5. El desafío. La renovación de la familia exige la reconquista de nuestra paternidad. Sin ello, nunca seremos hombres capaces de crear un mundo nuevo, un mundo realmente humano. Sin rescate de la paternidad, nunca seremos hijos felices, verdaderos hermanos y cristianos plenos.
La renovación de la familia exige la reconquista de nuestra paternidad
La importancia del padre en la autoridad y la dignidad personal
La importancia del padre en la autoridad y la dignidad personal
La importancia del padre en la autoridad y la dignidad personal
1. La autoridad. El vínculo a Dios es, el más importante. Pero el camino hacia Dios pasa por una sana vinculación a los padres. A través de ellos, el niño se forjará su vivencia e imagen fundamental de la autoridad.
Si la vivencia es positiva, entenderá la autoridad como poder de amor y de servicio, protector y estimulante del propio crecimiento. A través de una vivencia negativa de los padres, verá la autoridad como poder opresor, injusto, violento y temible. La primera experiencia condiciona la futura relación a toda autoridad: Dios, sacerdotes, profesores, jefes de trabajo o de la política.
2. La dignidad personal. De esta experiencia de la autoridad de los propios padres depende otra, sumamente importante: la experiencia de la propia dignidad personal.
Esta condiciona de modo profundo la seguridad existencial, la capacidad de amar y la creatividad de la persona. Quien no se sienta digno y valioso, será un eterno inseguro frente a la vida, un acomplejado, incapaz de aceptarse y amarse a sí mismo. Tampoco será capaz de amar a los demás. Porque no podrá reconocer serenamente los valores de los otros, sin ver en ellos rivales que despiertan su envidia, que lo ponen a la defensiva o que busca destruir para afirmarse a costa de ellos. Todos conocemos a personas de este tipo, con quienes es difícil o imposible convivir. Inseguros, tampoco se animarán a desplegar sus talentos personales, retrocederán ante los obstáculos, no asumirán con gusto las tareas que tengan por delante.
3. Nuestra tarea de padres. Una conciencia sana de la propia dignidad surge de un solo modo: sintiéndose amado, especialmente por los propios papás.
Nuestra gran tarea de padres es dar este amor a nuestros hijos, a través de hechos concretos:
Dedicándoles tiempo para hablar y jugar con ellos, prefiriendo escucharlos a ellos antes que al televisor, acariciándolos, preocupándonos por sus necesidades y anhelos, etc.
Con esto les decimos: Ustedes valen, son para nosotros lo más precioso que tenemos, mucho más que las cosas y el dinero. Tienen una dignidad única: son personas y son nuestros hijos. Y ellos lo van a creer, porque lo sienten en cada momento. Se van a sentir de verdad personas (y no cosas) y van a atreverse a mirar la vida sin miedo. Podrán, a lo largo de su vida, vivir una sana vinculación con ellos mismos, con el prójimo y con el trabajo.
4. El padre. Todo esto que suena tan hermoso es muy difícil de realizar. El problema afecta, sobre todo, al padre. Porque la madre posee mucho más sentido para la relación personal. Su unión física de nueve meses con el hijo, se traduce normalmente después en una vinculación afectiva profunda. El padre, en cambio, se identifica mucho más con los valores funcionales e impersonales del mundo del trabajo.
Le gustan el cambio, la velocidad, la eficacia. Le cuestan el diálogo personal, el cultivo lento y paciente de un vínculo de amor. En el hogar es, generalmente, más distante que la madre.
5. El desafío. La renovación de la familia exige la reconquista de nuestra paternidad. Sin ello, nunca seremos hombres capaces de crear un mundo nuevo, un mundo realmente humano. Sin rescate de la paternidad, nunca seremos hijos felices, verdaderos hermanos y cristianos plenos.
Placeres que conducen a la psicosis
Autor: Plinio Corrêa de Oliveira
Placeres que conducen a la psicosis, distracciones que preparan para el trabajo
Las atracciones de este género son hechas para excitar, arrastrar, hacer delirar a las personas. Ellas crean una sed de placeres siempre más violentos, emociones siempre más fuertes, vibraciones siempre más intensas
Todos los sociólogos deploran la exasperada concentración demográfica en los grandes centros modernos. Y señalan como una de las razones de este hecho la atracción que las diversiones de las ciudades, muy desarrolladas, ejercen sobre el alma simple del hombre del campo.
Iluminación pública espléndida, zona comercial muy concurrida de día, decorada de vitrinas resplandecientes por la noche, cines con anuncios atractivos, bares, boites, confiterías, restaurantes, bares con la radio violentamente sintonizada y centelleantes de luces. En fin, atracciones para todos los gustos, todos los bolsillos, todos los vicios. Es el cuadro hoy ya trivial, de la megalópolis moderna, de que Río de Janeiro y Sao Paulo nos ofrecen ejemplo típico.
Las atracciones de este género son hechas para excitar, arrastrar, hacer delirar a las personas. Ellas crean una sed de placeres siempre más violentos, emociones siempre más fuertes, vibraciones siempre más intensas. Y es así que «descansa» un pobre hombre que trabajó pesadamente todo el día.
La distensión de los placeres castos y tranquilos del hogar, o de una vida razonable, temperante, tranquila, parecen a los viciados en las excitaciones de las megalópolis de un tedio insoportable.
Y, así, sólo la intemperancia, la excitación y el vicio divierten. ¿Es de admirar que en ese ambiente sean tantos los pecados, tan terribles las psicosis?
Nuestra fotografía presenta uno de los miles, mejor dicho de los millones, de aspectos que esa excitación presenta. Al lado de un joven robusto que grita en un rictus que tiene algo de entusiasmo, algo de gemido, algo de imprecación, una joven sonríe encantada, entusiasmada, como que sintiendo deslizarse un deleite interior en todos sus nervios, y otro joven, sumamente atento, utiliza una revista como corneta. Son tres jóvenes que «descansan» divirtiéndose. ¿Con qué? ¿Un match? ¿Un torneo? No … ¡Oyen jazz !
Esta es una manifestación extrema de un hecho psicológico que en proporciones más discretas es común. Si así se vibra con el jazz, ¿Qué decir con las vibraciones provocadas por el cine, por la radio, por el deporte? ¿No es precisamente así, que las almas acaban por perder el gusto por el hogar y por el trabajo, o por caer en la psicosis?
En la taberna de una popular aldea Alemana, terminada la faena diaria, cinco campesinos se divierten oyendo una lectura comentada, que uno de ellos les hace a la luz de un candelero. Hombres de mediana edad, fuertes, sanos, que encuentran un placer inteligente y lleno de espíritu, en esta cosa tan agradable y tan simple que es una lectura hecha con verve en una rueda de compañeros que saben analizar, comentar, sonreír. Placer sin gastos, tranquilo, tonificante, que distrae sin viciar, y prepara el hombre para nuevos esfuerzos, por medio de una sabia distensión.
Nótese que no se trata de intelectuales, sino de unos simples campesinos, los cuales todavía aprecian este placer supremo de los antiguos, hoy casi extinguido, esto es, una buena conversación.
Pero ese ambiente espiritual y recto tiene que resultar de condiciones generales de vida. Si esos hombres hubiesen pasado el día entero trabajando en un ambiente agitado, si hubiesen viajado horas en un tren de suburbio, si al lado de su calma y decente «brauerei» hubiese un cine «deslumbrante», y la radio de la taberna vecina estuviese llenando la manzana con las noticias perturbadoras de la política, o de las crisis económicas, describiendo el último crimen, o difundiendo un jazz «electrizante», ¿Podrían ellos conversar y descansar así?
¿No hay algo muy profundo para cambiar, en estas condiciones generales de la existencia moderna?
Placeres que conducen a la psicosis, distracciones que preparan para el trabajo
Las atracciones de este género son hechas para excitar, arrastrar, hacer delirar a las personas. Ellas crean una sed de placeres siempre más violentos, emociones siempre más fuertes, vibraciones siempre más intensas
Todos los sociólogos deploran la exasperada concentración demográfica en los grandes centros modernos. Y señalan como una de las razones de este hecho la atracción que las diversiones de las ciudades, muy desarrolladas, ejercen sobre el alma simple del hombre del campo.
Iluminación pública espléndida, zona comercial muy concurrida de día, decorada de vitrinas resplandecientes por la noche, cines con anuncios atractivos, bares, boites, confiterías, restaurantes, bares con la radio violentamente sintonizada y centelleantes de luces. En fin, atracciones para todos los gustos, todos los bolsillos, todos los vicios. Es el cuadro hoy ya trivial, de la megalópolis moderna, de que Río de Janeiro y Sao Paulo nos ofrecen ejemplo típico.
Las atracciones de este género son hechas para excitar, arrastrar, hacer delirar a las personas. Ellas crean una sed de placeres siempre más violentos, emociones siempre más fuertes, vibraciones siempre más intensas. Y es así que «descansa» un pobre hombre que trabajó pesadamente todo el día.
La distensión de los placeres castos y tranquilos del hogar, o de una vida razonable, temperante, tranquila, parecen a los viciados en las excitaciones de las megalópolis de un tedio insoportable.
Y, así, sólo la intemperancia, la excitación y el vicio divierten. ¿Es de admirar que en ese ambiente sean tantos los pecados, tan terribles las psicosis?
Nuestra fotografía presenta uno de los miles, mejor dicho de los millones, de aspectos que esa excitación presenta. Al lado de un joven robusto que grita en un rictus que tiene algo de entusiasmo, algo de gemido, algo de imprecación, una joven sonríe encantada, entusiasmada, como que sintiendo deslizarse un deleite interior en todos sus nervios, y otro joven, sumamente atento, utiliza una revista como corneta. Son tres jóvenes que «descansan» divirtiéndose. ¿Con qué? ¿Un match? ¿Un torneo? No … ¡Oyen jazz !
Esta es una manifestación extrema de un hecho psicológico que en proporciones más discretas es común. Si así se vibra con el jazz, ¿Qué decir con las vibraciones provocadas por el cine, por la radio, por el deporte? ¿No es precisamente así, que las almas acaban por perder el gusto por el hogar y por el trabajo, o por caer en la psicosis?
En la taberna de una popular aldea Alemana, terminada la faena diaria, cinco campesinos se divierten oyendo una lectura comentada, que uno de ellos les hace a la luz de un candelero. Hombres de mediana edad, fuertes, sanos, que encuentran un placer inteligente y lleno de espíritu, en esta cosa tan agradable y tan simple que es una lectura hecha con verve en una rueda de compañeros que saben analizar, comentar, sonreír. Placer sin gastos, tranquilo, tonificante, que distrae sin viciar, y prepara el hombre para nuevos esfuerzos, por medio de una sabia distensión.
Nótese que no se trata de intelectuales, sino de unos simples campesinos, los cuales todavía aprecian este placer supremo de los antiguos, hoy casi extinguido, esto es, una buena conversación.
Pero ese ambiente espiritual y recto tiene que resultar de condiciones generales de vida. Si esos hombres hubiesen pasado el día entero trabajando en un ambiente agitado, si hubiesen viajado horas en un tren de suburbio, si al lado de su calma y decente «brauerei» hubiese un cine «deslumbrante», y la radio de la taberna vecina estuviese llenando la manzana con las noticias perturbadoras de la política, o de las crisis económicas, describiendo el último crimen, o difundiendo un jazz «electrizante», ¿Podrían ellos conversar y descansar así?
¿No hay algo muy profundo para cambiar, en estas condiciones generales de la existencia moderna?
viernes, 13 de agosto de 2010
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