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jueves, 26 de agosto de 2010

Placeres que conducen a la psicosis

Autor: Plinio Corrêa de Oliveira
Placeres que conducen a la psicosis, distracciones que preparan para el trabajo
Las atracciones de este género son hechas para excitar, arrastrar, hacer delirar a las personas. Ellas crean una sed de placeres siempre más violentos, emociones siempre más fuertes, vibraciones siempre más intensas

Todos los sociólogos deploran la exasperada concentración demográfica en los grandes centros modernos. Y señalan como una de las razones de este hecho la atracción que las diversiones de las ciudades, muy desarrolladas, ejercen sobre el alma simple del hombre del campo.

Iluminación pública espléndida, zona comercial muy concurrida de día, decorada de vitrinas resplandecientes por la noche, cines con anuncios atractivos, bares, boites, confiterías, restaurantes, bares con la radio violentamente sintonizada y centelleantes de luces. En fin, atracciones para todos los gustos, todos los bolsillos, todos los vicios. Es el cuadro hoy ya trivial, de la megalópolis moderna, de que Río de Janeiro y Sao Paulo nos ofrecen ejemplo típico.

Las atracciones de este género son hechas para excitar, arrastrar, hacer delirar a las personas. Ellas crean una sed de placeres siempre más violentos, emociones siempre más fuertes, vibraciones siempre más intensas. Y es así que «descansa» un pobre hombre que trabajó pesadamente todo el día.

La distensión de los placeres castos y tranquilos del hogar, o de una vida razonable, temperante, tranquila, parecen a los viciados en las excitaciones de las megalópolis de un tedio insoportable.

Y, así, sólo la intemperancia, la excitación y el vicio divierten. ¿Es de admirar que en ese ambiente sean tantos los pecados, tan terribles las psicosis?

Nuestra fotografía presenta uno de los miles, mejor dicho de los millones, de aspectos que esa excitación presenta. Al lado de un joven robusto que grita en un rictus que tiene algo de entusiasmo, algo de gemido, algo de imprecación, una joven sonríe encantada, entusiasmada, como que sintiendo deslizarse un deleite interior en todos sus nervios, y otro joven, sumamente atento, utiliza una revista como corneta. Son tres jóvenes que «descansan» divirtiéndose. ¿Con qué? ¿Un match? ¿Un torneo? No … ¡Oyen jazz !

Esta es una manifestación extrema de un hecho psicológico que en proporciones más discretas es común. Si así se vibra con el jazz, ¿Qué decir con las vibraciones provocadas por el cine, por la radio, por el deporte? ¿No es precisamente así, que las almas acaban por perder el gusto por el hogar y por el trabajo, o por caer en la psicosis?

En la taberna de una popular aldea Alemana, terminada la faena diaria, cinco campesinos se divierten oyendo una lectura comentada, que uno de ellos les hace a la luz de un candelero. Hombres de mediana edad, fuertes, sanos, que encuentran un placer inteligente y lleno de espíritu, en esta cosa tan agradable y tan simple que es una lectura hecha con verve en una rueda de compañeros que saben analizar, comentar, sonreír. Placer sin gastos, tranquilo, tonificante, que distrae sin viciar, y prepara el hombre para nuevos esfuerzos, por medio de una sabia distensión.

Nótese que no se trata de intelectuales, sino de unos simples campesinos, los cuales todavía aprecian este placer supremo de los antiguos, hoy casi extinguido, esto es, una buena conversación.

Pero ese ambiente espiritual y recto tiene que resultar de condiciones generales de vida. Si esos hombres hubiesen pasado el día entero trabajando en un ambiente agitado, si hubiesen viajado horas en un tren de suburbio, si al lado de su calma y decente «brauerei» hubiese un cine «deslumbrante», y la radio de la taberna vecina estuviese llenando la manzana con las noticias perturbadoras de la política, o de las crisis económicas, describiendo el último crimen, o difundiendo un jazz «electrizante», ¿Podrían ellos conversar y descansar así?

¿No hay algo muy profundo para cambiar, en estas condiciones generales de la existencia moderna?

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